Respiro. Inhalo. Exhalo. No
pienses, no pien… ¿Por qué no me quiere? No. No empieces. Concentrate en
respirar. La calle está especialmente vacía hoy. Voy arrastrando mis pies mirando
el pavimento. Observo cómo mi respiración se convierte en aire blanco delante
de mí en cada exhalación. El frío invierno es una proyección de mi frío corazón.
Intentando despejar la mente, miro las nubes, los grises edificios, mis propios
pensamientos. Pero a pesar de lo mucho que lo intento, sigue apareciendo. En
cada cosa que hago, lo veo. Lo tengo memorizado, cada rasgo, casa gesto, cada
detalle… Su imagen invoca la memoria de cada milésima de segundos compartidos,
cada recuerdo doloroso que quisiera enterrar. Pero así funcionaba. No era a él
a quién quería enterrar en el fondo de mi mente. Era a mí y a la imagen que
tenía de él. Él, que era totalmente ajeno a mi dolor. Mi dolor por él y por mí.
No pienses. El aire entrando a mis pulmones. El tórax inflándose, el aire
expulsado. ¿Por qué no puedo ser mejor? No. Respira. Cuando mis pensamientos
iban por caminos demasiado dolorosos para ser enfrentados, mi cabeza daba un
salto de alarma. Fuera como fuere, el dolor ya estaba instalado. Era mi
compañero de viaje. Me senté en un banco, adentrado en la plaza. Lo más lejos
posible de la gris civilización. Estaba en medio de la ciudad de Buenos Aires,
pero necesitaba soñar que estaba lejos. Respirá.
Cierro los ojos, y lo veo. Los
abro, inmediatamente, y sin embargo, él sigue ahí. Está al lado mío, me mira y
me sonríe. Cierro los ojos horrorizada, esperando que mi cabeza deje de dar vueltas.
Respiro.
Abro los ojos lentamente deseando abrirlos y que mi mundo haya
cambiado. Pero él me sigue mirando. Y ya no soporto el silencio.
-No quiero.
-¿No? – Me mira socarronamente.
Él sabe perfectamente que quiero.
-No. Estoy cansada de sufrir.
-Eso es decisión tuya. Pero eso
lo sabés bien.
-¿Y qué importancia tiene lo que sepa o deje de saber? No importa nada. Vos seguís apareciendo.
-¿Y qué importancia tiene lo que sepa o deje de saber? No importa nada. Vos seguís apareciendo.
-Porque vos querés que aparezca.
-…
-…
-¿Te doy miedo? – Me pregunta
-…
-Tomo eso como un sí.
Nos quedamos en silencio. Lo
miro enojada, pero él está mirando para otro lado, ignorándome. Me volteo
orgullosa.
-No sos la única que sufre por
mí. ¿Sabías?
-Hay muchas cosas que sé… -
murmuro.
-Que sabés, pero que no querés comprender.
No necesitaba sus sermones.
- Estás cansada de mí porque yo
te hago lidiar con lo que más te duele de vos. – Lo decía buscando hacerme
entrar en razón. ¿Por qué no paraba? Pero… ¿Quería yo que parara? –No me querés entender. Me echas la culpa a
mí. Pero sos vos el problema, por eso yo no debería existir.
Ya sabía todo eso y no quería
oírle, pero a pesar de todo, tampoco quería levantarme del asiento. Mi mente
era una contradicción sobre otra. Era él. Y me estaba hablando. Aunque fuera
parte mi imaginación… era su voz.
-Te negás a mirar otra cosa que
no sea a vos misma. Crees que me querés a mí, pero en realidad te amas a vos y
a tus miedos. Estás enamorada de tus miedos.
Deje de respirar. Porque por una
vez oía lo que me estaba diciendo.
Él sabía que había dado en el
clavo.
-Te negás a abandonarlos porque no
sabés cómo te va a tomar la gente si sos vos misma y no cómo vos crees que
ellos quieren que seas… -
-¿Y quién soy? ¿Eh? No me conozco,
y vos tampoco. Y no creas que lo hacés– Lo interrumpo enojada.
Él me mira paciente.
-Está bien. –acepto al final. –
Me conocés. Y sabés de mis miedos. Pero, ¿Ahora qué?
-Ahora solo falta que mires. Y que mires en serio a tu alrededor.
-Ahora solo falta que mires. Y que mires en serio a tu alrededor.
-Pero no veo nada…
-Eso es porque todavía querés
verme solamente a mí…
Y de pronto miro, y miro en
serio. Observo cómo el pasto gris y los tristes árboles van transformándose, y
se vuelven alegres. De pronto escucho a los pájaros cantar, el ruido de los
autos y de la gente al hablar, el cielo se ve celeste, y el sol comienza a
brillar. Incluso los edificios toman color. Escucho a alguien reír a lo lejos.
Y cierro los ojos para sentir el viento cálido en la cara y la piel. Estoy un
rato así, disfrutando. Hay mucho ruido afuera, pero nunca escuché tanto
silencio dentro mío. Abro los ojos sonriendo, quiero contarle. Pero él ya no
está.
No me entristece que se haya
ido, él siempre está conmigo. Pero ahora yo sé mirar. Eso me hace recordar sus
palabras. “No sos la única que sufre…”. Busco
con la mirada el lugar que él observaba antes y yo estaba demasiado decidida a
ignorar. Y ahí lo veo, un joven de mi misma edad, mirándome. Le regalo una
sonrisa. El muchacho me sonríe y ambos sabemos que algo va a cambiar. Me
levanto del banco y sigo mi camino. Había muchas cosas que quería conocer de
mí. El muchacho podría esperar y yo podría esperarle a él, porque sabíamos que nos
volveríamos a encontrar. Pero primero debía encontrarme a mí misma. De eso
estaba segura.