La oscuridad se lo llevó todo menos esto: un rostro.
Aquel semblante me resultaba tan desconcertante como extraños le habrían parecido a ese nuevo organismo mío la ausencia de facciones y los tentáculos serpentinos de mi último cuerpo anfitrión. Había visto ese tipo de rostro en las imágenes que me habían dado para prepararme para este mundo. Resultaba difícil distinguir unas de otras a juzgar por las escasas variaciones de color y forma, las únicas diferencias perceptibles entre un individuo y otro, ya que en conjunto todos se parecían mucho: narices centradas en la mitad de una esfera, con los ojos arriba y la boca abajo, con las orejas a ambos lados. Una variada colección de sentidos concentrados en un lugar, todos menos el tacto. La piel sobre los huesos, el pelo de la parte superior y dos extrañas líneas peludas encima de los ojos. Algunos tenían más pelo en la parte inferior de la mandíbula, pero ésos eran todos machos. Los colores se encontraban dentro de la escala de los marrones, desde un pálido color crema hasta el más oscuro, casi negro. Aparte de por estos rasgos, ¿cómo podía distinguirse a uno de otro?
Sin embargo, terminaría identificando ese rostro entre millones.
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